Las palabras heridas by Jordi Sierra i Fabra

Las palabras heridas by Jordi Sierra i Fabra

autor:Jordi Sierra i Fabra [Sierra i Fabra, Jordi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil, Didáctico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-01-16T00:00:00+00:00


16

El camarada Hu Song Tai todavía tardó otros tres días en llegar.

Llovió dos noches más. Limpiaron el campo dos veces. Repararon tablas y maderas dos veces. Pintaron dos veces. Aun así, quedaba mucho barro entre los barracones la mañana en que la avanzadilla de la comitiva llegó para anunciar que el ilustre visitante estaba de camino y aparecería en un par de horas.

Todos se emplearon en un frenético ir y venir rebosante de nervios. Los presos ya habían sido advertidos: si el camarada visitante entraba en cualquiera de los barracones, ellos tenían que estar en pie, en mitad de sus celdas, firmes, o las consecuencias serían implacables. Consecuencias que podían ir desde ser confinados en las celdas de aislamiento hasta la muerte.

—Li Huan, como censor del campo, nos acompañarás al sargento mayor y a mí en el recorrido por las instalaciones. ¡Prepárate!

Se quedó mirando al capitán Qun Ming como si acabara de anunciarle el fin del mundo. ¿Por qué se lo decía a última hora? Sus compañeros le miraron a él. Era un simple soldado, como ellos, pero se sintió como si ya llevara galones.

Xi Shang le guiñó un ojo.

Decían que era un vicio occidental y se burlaban de ello.

La tropa llevaba formada media hora al sol cuando aparecieron los coches por la senda que conducía a la entrada del campo. Eran nueve. Todo un séquito. Y por delante, dos motos con sidecar. Se detuvieron en medio de una nube de polvo y hasta que no menguó no se abrió la puerta del vehículo principal, el quinto. Justo el del centro de la comitiva. Un enjambre de adláteres precedió, rodeó y protegió al supremo visitante, que embutido en un uniforme de militar, aunque sin rasgos distintivos, dio los primeros pasos por la entrada. El capitán Qun Ming, con el sargento Wu y Li Huan dos metros por detrás, le dio la bienvenida, loando lo importante y trascendente que era su presencia allí, algo que demostraba la intensa preocupación del Partido por todos ellos.

El camarada Hu Song Tai agradeció sus palabras, pero la forma en que miró el campo no fue precisamente feliz.

Cabría pensar que hubiera preferido estar pescando o agradeciéndole algo a una granjera.

Después, pasaron revista a la tropa y entraron, en primer lugar, en el puesto de mando.

Li Huan no apartaba los ojos del visitante. Era joven. No tendría más allá de treinta años. Posiblemente menos. Llevaba el mismo corte de pelo que la clase dirigente, ya que estaba reservado en exclusiva a ellos, y se le notaban las alzas en sus botas, porque no era precisamente alto. El sargento Wu fue el primero en tratar de encogerse para que no tuviera que levantar la cabeza si se dirigía a él.

Pero no lo hizo.

Qun Ming era el oficial al mando, y por lo tanto, el único interlocutor válido.

A los diez minutos ya notaron que el camarada Hu Song Tai lo que más deseaba era irse cuanto antes.

—Quiero visitar el pabellón de los presos de nivel 1 —⁠pidió.

La comitiva se puso en marcha.



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